lunes, 26 de octubre de 2009

Soñando con el demonio




Dedicada obviamente a mi amigo Rodrigo "Flaco" Hamede y una mención especial para el amigo "Koata" de Raki Raki, Fiji.

jueves, 15 de octubre de 2009

El Oso 80 (así salió)


también dedicada a Gordoberto, no porque aparezca en la columna si no porque es mi amigo que más parece un oso...

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Oso 80 (así era)

El Oso Ochenta
“…ya viene la fuerza, la voz del OSO ochenta”, cantó durante mucho tiempo una diseñadora amiga, que desde niña, pensaba que eso decía la canción de Los Prisioneros, hasta que en la mitad de su adolescencia y de una insufrible fogata veraniega, para coquetear con el guitarrista, le pidió que cantara algo más animado “tócate la canción del oso ochenta” le dijo, “no la conozco” respondió el proyecto de trovador, “si es súper famosa” y tuvo la mala idea de cantar el estribillo. Todos se murieron de la risa, ella de vergüenza, hubiera preferido que se la tragara la arena. Aunque el tema de esta columna podría ser la vergüenza, quiero hablar de todas esas cosas que de niños creemos que son ciertas y que con el tiempo, y de golpe y porrazo muchas veces, descubrimos que estábamos profundamente equivocados. Lo que me gusta de estos errores arrastrados, de estas certezas equivocadas y escondidas es que cada vez que aparecen, volvemos a sentirnos como niños, sin importar lo adulto o importante que seamos.
Algunas son conclusiones que uno mismo dedujo de chico, otras en cambio son inducidas, como la de un amigo que cuando tenía diez años, los pesados de sus hermanos mayores le dijeron que la canción “La pera madura” de Jorge Inostroza, la había escrito después de que el amor de su vida muriera en un trágico accidente; una pera le cayó justo en la cabeza de la mujer, el perazo fue fulminante, falleció al instante y para sobrellevar la pena, Inostroza escribió una canción, bien alegre eso sí, como a su amada le hubiera gustado. Desde esa época (y estoy seguro que hasta el día de hoy) mi amigo siempre se emocionó(a) con el dichoso tema. El engaño lo llevó incubado hasta que en una tarde de cervezas y mientras sus compañeros de universidad discutían sobre cuál era la canción más triste, (la pelea estaba entre “Era en abril” de Juan Carlos Baglietto y “Con una pala y un sombrero” de Gervasio), mi amigo propuso la de Jorge Inostroza, al principio todos pensaban que estaba tonteando, pero mi amigo insistió indignado, cómo no conocían una historia tan estremecedora. Obviamente después de contarla, las burlas fueron más fulminantes que cualquier perazo. Lo más triste es que luego del incidente, mi amigo fue a encarar a sus hermanos sin que ninguno de ellos recordara la mentira. Un director de comerciales, también amigo, constantemente usaba el término “distencio”. Más de una vez se lo escuché decir en pruebas de vestuario, “esa chaqueta le queda con gran distancio”, o “cámbienle el vestido a la modelo por algo con más distencio”, para mi era una palabra más, media siútica quizás, pero como miles de vocablos que uno no conoce, hasta que en medio de una filmación, entre escena y escena, el director, el asistente de cámara y el productor, comenzaron a recordar programas de televisión añejos, el productor mencionó el clásico “Almorzando en el Trece”, acto seguido el asistente de cámara recordó el que daban justo después “ La moda al día con Beatriz Vicencio” y aunque mi amigo no dijo nada, se dio cuenta de su histórica equivocación. La sacó barata, en ese momento nadie supo lo que tiempo después me confesó; hasta ese día, él siempre creyó que el programa se llamaba “La Moda al día con gran distencio”, atribuyéndole el significado de “distencio” a algo así como elegancia. Y como en todas partes se cuecen habas, tampoco estoy libre de cabezas de pescado, cuando tenía diecisiete años, en la casa de una polola, mi suegra me preguntó frente a todo el batallón de cuñados si me gustaban los mariscos, “no mucho” le contesté “sólo como camarones y alcaparras, nada más”. Desde el aperitivo hasta el postre me sirvieron todo tipo de tallas, de todos los calibres, el apodo de “El Alcaparra”, fue lo más suave que recibí. A la semana terminé la relación, mi polola lo entendió. Creo que por el hecho de que siempre había un frasquito de alcaparras en la casa que mis abuelos tenían en la playa, pensaba que eran bichitos de mar (incluso le veía hasta los ojitos). Y esto no para, mi hijo mayor, cuando tenía cuatro años, me preguntó si la esposa del papagayo se llamaba mamagayo, con sólo un sí o una aclaración del tipo “No hijo, se llama mamagallina” pude haber sembrado una equivocación o mejor dicho, una de estas verdades verdes, porque no son mentiras, son tonteras que creemos ciertas y que nos acompañan hasta que “maduramos” y descubrimos lo ridículo que eran. He investigado y estas verdades verdes no tienen un significante, un término, propongo llamarlas inocertezas o equivocablos por ejemplo, porque creo se merecen un nombre o al menos, una columna.