miércoles, 23 de junio de 2010

Rakastan sinua poika.

La nota alta de la noche la dio la historia de Totito. Cuando recién llegué a Barcelona, hace dos meses, un amigo me invitó a una comida en su casa, y antes del postre, nos habló de su tío abuelo un señor de 92 años, vallisoletano, músico jubilado y patiperro de vocación, al que todos llaman Totito y que dedicó su vida a recorrer el mundo con su violín. No tuvo esposa ni tampoco hijos hasta hace un par de años, cuando abrió la puerta de calle y se encontró de frente con otro abuelito que lo abrazó y en un muy mal español le dijo: "Papá, soy su hijo, vine a estar contigo".

Claro, Totito no sólo tocó el violín en sus viajes, y fue así como una noche, después de un concierto en Helsinski, conoció a una especie de grupi de la época y haciendo un dueto al ritmo de una botella de vodka, interpretaron la sinfonía más antigua de la humanidad. La obra que compusieron se llamó Kalevi y 72 años después estaba parado frente a la casa de su papá.

Debo aclarar que la tocata y fuga de Totito se debió a que la madre del niño, como buena mujer del frío y calculador norte de Europa, sacó cuentas y concluyó que recibiría más ayuda del Estado finés como madre soltera, que de lo que imaginaba podría enviarle el violinista de una noche. Entonces, lo que duró una semifusa se eternizó en un silencio de redonda. Pero al escuchar al pequeño y arrugadito Kalevi, Totito no desentonó, lo dejó entrar (no sólo a su casa) y tomó la batuta de la relación convirtiéndose en un verdadero padre para el jubilado crío.

Mientras mi amigo seguía con la historia, el resto de los invitados bromeábamos imaginando a Totito en una plaza columpiando a su hijo-abuelito o poniéndole bloqueador y alitas para llevarlo a la piscina, dándole un platanito molido a cucharadas o recibiéndolo en su cama a medianoche porque tenía "shushto" (dicho así no por guagualón, sino porque Kalevi se sacaba la placa antes de acostarse).

Seguramente, en vez de enseñarle a andar en bicicleta le mostraría cómo usar una silla de ruedas, o si nunca hablaron de sexo, podrían tener una conversación de hombre a hombre sobre el examen de la próstata. Aunque lo más probable es que el hijo terminara cambiándole los pañales a su padre, hicimos un brindis (con vodka obviamente) por el tiempo que pasaron juntos. En esos tres meses se conocieron y se disfrutaron comprobando lo mucho que se parecían; tenían la misma pelada, los dos sufrían de gota crónica y compartían igual grado de astigmatismo en el ojo derecho.

Se divirtieron como niños, pero llegó el día en que Kalevi tuvo que volver a su Helsinski, así que se despidió con un fuerte abrazo y un: "Chao, papá, me hiciste mucho muy feliz".

Lo que más me gusta de Totito, es que está dedicando el resto de la poquita vida que le queda a su nórdico hijo. Todos perdemos tiempo en este mundo y por mucho que lo intentemos es imposible recuperarlo, lo único que podemos hacer es no desaprovechar lo que nos queda, como Totito, que no gastó ni un segundo en recriminaciones, ni en buscar culpables, ni reprochar a nadie; "lo pasado, pisado", como dijo él, y a mirar para adelante. Bromas aparte, hasta el día de hoy le manda una mesada a fin de mes a su hijo, un regalo para el cumpleaños, para el santo (sí, se averiguó cuándo se celebra San Kalevi) y para la Pascua de Reyes. El resto del tiempo, Totito recorre los mismos bares de Valladolid donde antes mostraba su virtuosismo con los arpegios y escalas, pero ahora mostrando algo mucho más importante para él, la foto de su "pequeño".

Hace unos días llamé a mi amigo de Barcelona para saludarlo y obviamente, preguntar cómo estaba el bueno de Totito. "De maravilla", me contestó, agregando que lo último que supo es que su tío abuelo había tomado un curso básico de finlandés por internet (para lo cual primero tuvo que aprender cómo se usa internet) y este fin de semana volaba a Helsinski.

Después de cortar, me quedé pensando si el viaje lo hacía justo ahora porque este domingo es el Día del padre. Pero no lo creo. De lo único que estoy seguro es que, al igual que Totito, voy a recibir el mejor regalo que a un papá le pueden dar, porque en estos momentos yo también debería estar arriba de un avión, volando directo y sin escalas a los brazos de mis hijos.


Dedicada a Fidel de Castillo, a su familia y por supuesto, a su tío abuelo Totito.