miércoles, 21 de julio de 2010
martes, 6 de julio de 2010
Prefiero el fútbol que el Mundial
Ya empezó el partido?", preguntó ella. "Llevan media hora", contestó Rodrigo, sin sacar la vista de la pantalla. "Me encantan los mundiales", dijo la mujer, mientras tomaba palco en el mismo sofá donde su esposo se extasiaba con gambetas. En menos de un minuto la señora volvió a disparar: "¿Y quién está jugando?". "Camerún contra Suecia", respondió su marido con la paciencia en los descuentos, "y ¿cuál es cuál?", inquirió ella. "¡Suficiente!", gritó él. La respuesta era tan obvia que sin necesidad de mostrarle tarjeta roja, Rodrigo la expulsó de la habitación.
La anécdota ocurrió en el Mundial del 94 y demuestra que para un futbolero como yo, ver una pichanga es como ver una película, por lo mismo, siempre es preferible estar solo que mal acompañado, pero como el Mundial está de moda y nadie quiere "perdérselo", generalmente terminamos frente a la tele tratando de ver un partido (TVN mediante) rodeados de personas que no saben que el fútbol es sagrado, por lo que se dedican a profanarlo preguntando por qué los árbitros ya no se visten de negro o haciendo un ranking de los jugadores más guapetones, sin respetar siquiera que un zurdo esté sacando un centro en velocidad.
El fútbol me gusta todo el año, no solamente cada cuatro es mi placer culpable, soy de los que pueden pasar una tarde de sábado haciendo cualquier cosa mientras escucho un partido por la radio. Sin importar quién juega, me entretienen esas transmisiones donde los relatores tejen sus clichés y donde el sonido de una alarma de gol es capaz de paralizarme el corazón (sobre todo, si mi querida Unión Española está jugando a la misma hora sin que nadie lo transmita).
Quizás este amor se deba a que el fútbol me hace volar a la infancia o porque me parezco a mi viejo, no lo sé, lo único que tengo claro es que el cariño dura sólo mientras la pelota está rodando; lo que está fuera de los 90 minutos me desagrada casi tanto como el equipo que sólo busca empatar. La barra brava, la farándula y un largo etcétera con alargue y definición a penales, lo único que logran es empañar la pelota.
Lamentablemente, en los mundiales la tontera se lleva la copa. En Sudáfrica, por ejemplo, se jugarán 64 partidos, lo que significa alrededor de 96 horas de fútbol; la idiotez en cambio está presente las 24 horas de los 30 días que dura el Mundial. Estoy cansado de escuchar mujeres que, con la camiseta del machismo bien puesta, alegan porque durante un mes sus maridos no les prestarán atención, aburrido también de los asomados, de las modelitos que se visten y desvisten con colores patrios y de esa insufrible canción de Shakira que tocan más que a Beethoven en la Naranja Mecánica (la película, no Holanda del 74).
Pero bueno, finalmente se apaga la tele y listo, pero lo que me resulta cada vez más intolerable de los mundiales y de los partidos de la Selección en general es el chauvinismo irracional y despreciable que juega de titular en las cabezas de mucha gente, el patriotismo prepotente que sale a la cancha en conversaciones cotidianas o ese racismo obsceno y lapidario que hace rato debería haber colgado los botines. Incluso, a personas que parecen sensatas las escucho descalificar un país o una cultura sólo porque metieron un gol más que nosotros.
El último partido de Chile lo iba a ver con mis hijos y mi mujer, pero apareció por mi casa un amigo al que nunca le ha gustado el fútbol. No me avisó, simplemente llegó de hincha (pelotas), con sombrero de Chile, la cara pintada, bandera de capa y hasta con vuvuzela (la que requisé de entrada). Cuando todavía íbamos empatando me pidió que le explicara la ley del "outside". No le di bola, ni siquiera le aclaré que se llama "offside". Luego vino el primer gol y empezó a insultar el color del brasileño que saltó más alto que nuestros defensas, ahí le mostré amarilla. "A la próxima te vas", le advertí. No habló más.
Con el final del partido pasó de la rabia a la pena, básicamente, porque ya no podría ir a celebrar a Plaza Italia. Yo, en cambio, no quedé tan triste, me lo esperaba, como soy de la Unión, de Chile, de España y del Gijón (en ese orden), tengo claro que en esta afición hay más luto que vuelta olímpica. Las penas del fútbol se pasan con fútbol y vendrán nuevos mundiales, entremedio se decantará la tontera y volveremos los de siempre a sintonizar la radio en busca de un partido, esperando que suene una alarma de gol.
La anécdota ocurrió en el Mundial del 94 y demuestra que para un futbolero como yo, ver una pichanga es como ver una película, por lo mismo, siempre es preferible estar solo que mal acompañado, pero como el Mundial está de moda y nadie quiere "perdérselo", generalmente terminamos frente a la tele tratando de ver un partido (TVN mediante) rodeados de personas que no saben que el fútbol es sagrado, por lo que se dedican a profanarlo preguntando por qué los árbitros ya no se visten de negro o haciendo un ranking de los jugadores más guapetones, sin respetar siquiera que un zurdo esté sacando un centro en velocidad.
El fútbol me gusta todo el año, no solamente cada cuatro es mi placer culpable, soy de los que pueden pasar una tarde de sábado haciendo cualquier cosa mientras escucho un partido por la radio. Sin importar quién juega, me entretienen esas transmisiones donde los relatores tejen sus clichés y donde el sonido de una alarma de gol es capaz de paralizarme el corazón (sobre todo, si mi querida Unión Española está jugando a la misma hora sin que nadie lo transmita).
Quizás este amor se deba a que el fútbol me hace volar a la infancia o porque me parezco a mi viejo, no lo sé, lo único que tengo claro es que el cariño dura sólo mientras la pelota está rodando; lo que está fuera de los 90 minutos me desagrada casi tanto como el equipo que sólo busca empatar. La barra brava, la farándula y un largo etcétera con alargue y definición a penales, lo único que logran es empañar la pelota.
Lamentablemente, en los mundiales la tontera se lleva la copa. En Sudáfrica, por ejemplo, se jugarán 64 partidos, lo que significa alrededor de 96 horas de fútbol; la idiotez en cambio está presente las 24 horas de los 30 días que dura el Mundial. Estoy cansado de escuchar mujeres que, con la camiseta del machismo bien puesta, alegan porque durante un mes sus maridos no les prestarán atención, aburrido también de los asomados, de las modelitos que se visten y desvisten con colores patrios y de esa insufrible canción de Shakira que tocan más que a Beethoven en la Naranja Mecánica (la película, no Holanda del 74).
Pero bueno, finalmente se apaga la tele y listo, pero lo que me resulta cada vez más intolerable de los mundiales y de los partidos de la Selección en general es el chauvinismo irracional y despreciable que juega de titular en las cabezas de mucha gente, el patriotismo prepotente que sale a la cancha en conversaciones cotidianas o ese racismo obsceno y lapidario que hace rato debería haber colgado los botines. Incluso, a personas que parecen sensatas las escucho descalificar un país o una cultura sólo porque metieron un gol más que nosotros.
El último partido de Chile lo iba a ver con mis hijos y mi mujer, pero apareció por mi casa un amigo al que nunca le ha gustado el fútbol. No me avisó, simplemente llegó de hincha (pelotas), con sombrero de Chile, la cara pintada, bandera de capa y hasta con vuvuzela (la que requisé de entrada). Cuando todavía íbamos empatando me pidió que le explicara la ley del "outside". No le di bola, ni siquiera le aclaré que se llama "offside". Luego vino el primer gol y empezó a insultar el color del brasileño que saltó más alto que nuestros defensas, ahí le mostré amarilla. "A la próxima te vas", le advertí. No habló más.
Con el final del partido pasó de la rabia a la pena, básicamente, porque ya no podría ir a celebrar a Plaza Italia. Yo, en cambio, no quedé tan triste, me lo esperaba, como soy de la Unión, de Chile, de España y del Gijón (en ese orden), tengo claro que en esta afición hay más luto que vuelta olímpica. Las penas del fútbol se pasan con fútbol y vendrán nuevos mundiales, entremedio se decantará la tontera y volveremos los de siempre a sintonizar la radio en busca de un partido, esperando que suene una alarma de gol.
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