sábado, 13 de abril de 2013

El Banco del Tiempo.

Bicilovers.

Corazón Pirata.

Justo en la época en que un cover de “Maldita primavera”, interpretada por Javiera Parra sonaba en cada radio, el fin del invierno también me maldijo con una de esas alergias que se visten de resfrío y como, en promedio, lanzaba 30 achús por minuto me quedé en cama. Aburrido de embetunar con estornudos el libro que leía, encendí la tele buscando las noticias del almuerzo y me topé con un despacho en directo donde, acompañado de “artistas” nacionales, un periodista cubría el lanzamiento de una campaña antipiratería. La nota se trataba de encarar, en una calle de Providencia, a los vendedores bucaneros para explicarles las consecuencias de sus fechorías. Entre los presentes, recuerdo a Javiera Parra y al inconfundible Alvaro Scaramelli (sí, el mismo de los locos rayados y otras canciones que por suerte pude olvidar), entonces, mientras una comerciante regordeta guardaba calladita su mercancía de parche en el ojo, Parra se acercó diciéndole “por favor, señora, lo que usted hace nos perjudica mucho”. Incómoda como pata de palo, la filibustera ambulante sólo trataba de esfumarse rapidito hasta que, aprovechando el envión mediático de las cámaras, Scaramelli se tiró al abordaje con un “vamos a quedar sin trabajo si continúa pirateando nuestros discos” y, en ese momento, la vendedora levantó la vista y frente a todo Chile contestó “¡¡y quién te ha pirateado un disco a voh!!”. Una respuesta tan linda como mascarón de proa y que logró que la risa explotara por mi nariz. Me sentí afortunado por estar frente a la pantalla en uno de esos momentos épicos y fuera de libreto de la televisión chilena (también pude ver en vivo y casi muerto al Mago Oli en el Festival de la Una, y en el canal de Valparaíso, a la tía Patricia preguntándole a un niñito de 4 años ¿cuál era el pajarito que tenía el pico más largo? y el pequeñín con lengüita inocente contestándole: el burro), pero bueno, la idea no es hablar de trucos fallidos ni chascarros televisivos, porque el tema de esta columna es la piratería y, aunque no me parece que lucren con el trabajo intelectual de otros, estoy a favor de bajar canciones, películas y hasta libros por internet sin pagar un peso. De la ley SOPA jamás beberé, porque creo que compartir un archivo digital es lo mismo que prestar una novela o grabar un casete de la radio (huy se me cayó el carné) y regalárselo a la niña bonita del barrio. Además, gracias al bendito download, puedo ver películas que en Chile jamás llegarán a los multicines nacionales porque no las protagonizan multiautos chocadores, multirromances relamidos ni multiadolescentes vampiros. Lamentablemente, la marca de la calavera y el loro al hombro es la única forma de que la cultura y la entretención (que no sea ver un desfile de celebridades de medio pelo por una alfombra viñamarina) dejen de ser un privilegio de pocos, ya que, para la mayoría de nuestros compatriotas, comprar un buen libro (con ese impuesto antojadizo y testarudo), una película o un disco original es realmente prohibitivo y, por último, si las autoridades son capaces de darle un perdonazo a la multitienda que evadió millones en impuestos por un supuesto bien mayor, también deberían pensar que el poder disfrutar un largometraje es la manera que muchos chilenos tienen para olvidar, al menos por un ratito, la feroz cuota que deben pagar a fin de mes. Afortunadamente, cada vez son más los escritores que ven la piratería como la nueva difusión, por ejemplo, después de que en Rusia subieron un libro de Paulo Coelho a internet, nació una demanda que lo ha hecho vender más de doce millones de ejemplares (definitivamente, el vodka también afecta el buen gusto), así como, para algunos músicos, la fiebre del torrent a destajo no es otra cosa que la radio del siglo XXI, capaz de abrir mercados gigantescos de curiosas y nuevas orejas. Incluso hay diarios como este, que puedes leer gratuitamente en línea (seguramente usted así lo está haciendo) y multiplican sus ingresos al llevar sus avisitos publicitarios a miles de miradas extras. En vez de llorar, los sellos discográficos deberían lanzar ediciones piratas, sin cuatricromía ni folletitos, a un precio que compita con el corsario de la esquina y con el hacker del cibercafé, porque más que controlar y censurar, en adaptarse está la solución. El mundo no es el mismo de hace diez años ni diez meses, todo se mueve a la velocidad de un clic y las ganas de escuchar, ver y leer, se le desparrama de las garras a un sistema impotente y codicioso, porque somos millones los que no vamos a parar de bajar y compartir. Ya lo dijo proféticamente don Alvaro Scaramelli en una de sus canciones; “Es el mundo de los inadaptados, es el mundo de los incomprendidos, es el mundo de los locos rayados, es el mundo de los seres divinos, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh” .