En el suplemento de Tendencia no se puede hablar de política directamente. Este es el texto original de la columna que lamentablemente tuvo que ser modificado.
¡Acúsalo con tu papá Cuico!
Las dos primeras semanas del año estuvimos con mi familia en Isla de Pascua. La noche que llegamos y mientras comíamos en un restaurante, un santiaguino joven, de una mesa cercana, comenzó un escándalo porque no le aceptaban su tarjetita de crédito. Con los malos modales del continente y envalentonado por el par de daikiris le gritaba al mozo: “¡¿tienes idea con quién estás hablando?!”, y su prepotencia traposa no terminaba ahí “¿sabes quién es mi padre?” repetía, “El que se acostó con tu madre” respondió el pascuense con ese humor seco que caracteriza a los Rapa Nui. “¡¿Qué te has imaginado indio de mierda?!”, dijo el capitalino lanzándose sobre el chaparrón de combos que de seguro iba a recibir. Afortunadamente para él, su polola amainó la paliza pagando la cuenta en efectivo y llevándose al cuiquito (que seguía amenazando con que se iban a acordar de él). Nunca supe de quién era hijo el malcriado, aunque me gusta imaginar que eso de creerse el “te pito o te henua”, también hubiera avergonzado a su “santo” padre.
Todos mis amigos son hijos del rigor y pocas veces me he cruzado con personas cuyos padres son famosos. Recuerdo básicamente a tres, aunque debo aclarar que nunca, ninguno de ellos, ocupó su árbol genealógico para obtener fruto alguno. El primero es un director de cuentas, hijo de un conocido animador de televisión que en los ochenta aparecía echándose agua mineral en la cara. La segunda es la hija de Luis Dimas, fuimos compañeros y amigos en la Universidad (una tarde que estudiábamos para una prueba, mi amiga me dejó unos minutos solo en el comedor, sin pensarlo tomé la antorcha de plata que tenía su papá en el living y me arrodillé emocionado, jugando a que recibía el galardón, cuando estaba diciendo mis palabras de agradecimiento apareció su mamá, quien afortunadamente no era ningún monstruo y tenía tan buen humor como su hija). Al tercero lo conocí en una de las agencias que trabajé. Un día corrió la noticia de que había llegado al puesto de junior el hijo de la momia. “¿Qué hace acá el hijo de María Angélica Cristi?” pensé, pero no, era el hijo de la Momia del “cachacascán”, ese personaje de la lucha libre, el de los Titanes del Ring y que a punta de patadas voladoras acortaba las tardes de domingo en la Televisión Militar de Chile. No lo conocí mucho, aunque alguien me contó que el “Momita”, una vez le confesó que lo único malo de ser hijo de su padre, era que en las fiestas siempre aparecía un curado que, luego de enterarse quién era su progenitor, lo desafiaba a pelear.
Está claro, si alguno de tus padres fue alguien mediático y talentoso es imposible que no te comparen con él. Lo lamentable es que la gran mayoría de los hijos de tigre, cuando siguen los pasos de sus padres, no llegan a ser más que simples mininos. Como el hijo de Pelé, que sólo logró convertirse en un arquero del montón, y que su papá le hubiera metido media docena de goles de haberlo enfrentado, o sin ir más lejos, el reciente candidato presidencial que salió segundo y que no solamente no sacó la mayoría de los votos , si no que tampoco, ninguna de las grandes virtudes de su padre. El carisma y esa oratoria conmovedora, que parece estar en vías de extinción en la política chilena, definitivamente tampoco fueron heredadas por don Eduardo Junior.
Quizás por el hecho de que muchas veces sus descendientes no son muy brillantes, algunos de estos padres famosos usan sus influencias para darles una manito (o un brazo entero) a sus retoños, basta recordar todas esas becas presidenciales que, tiempo atrás, se repartieron entre hijitos de ministros y colaboradores varios del gobierno de mamá. Una vergüenza para nada huacha y que en Chile llamamos pitutocracia y en el resto del mundo nepotismo.
Pero bueno, debe ser muy triste que sólo te reconozcan por ser el hijo de, como bien lo supo el anónimo John N. Hemingway, cuyo gran mérito fue ser hijo de Ernest Hemingway, hasta que creció, se casó y entonces se convirtió en el padre de Margaux Hemingway. Un verdadero jamón del sandwidch de la fama.
Cuando volvíamos a Santiago nuevamente nos topamos con el hijito de la prepotencia. Estaba sentadito en business (no me cabe duda que con los kilómetros del papá), bien bronceado y con anteojos oscuros. Aunque no lo pude confirmar, pensé que finalmente sí se habían acordaron de él y los lentes los usaba para esconder el ojo morado que le habían dejado como lección. De ser así, seguramente iba volando a contárselo a su papá.
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