lunes, 21 de diciembre de 2009
martes, 8 de diciembre de 2009
lunes, 23 de noviembre de 2009
lunes, 9 de noviembre de 2009
lunes, 26 de octubre de 2009
Soñando con el demonio
jueves, 15 de octubre de 2009
El Oso 80 (así salió)
miércoles, 14 de octubre de 2009
El Oso 80 (así era)
El Oso Ochenta
“…ya viene la fuerza, la voz del OSO ochenta”, cantó durante mucho tiempo una diseñadora amiga, que desde niña, pensaba que eso decía la canción de Los Prisioneros, hasta que en la mitad de su adolescencia y de una insufrible fogata veraniega, para coquetear con el guitarrista, le pidió que cantara algo más animado “tócate la canción del oso ochenta” le dijo, “no la conozco” respondió el proyecto de trovador, “si es súper famosa” y tuvo la mala idea de cantar el estribillo. Todos se murieron de la risa, ella de vergüenza, hubiera preferido que se la tragara la arena. Aunque el tema de esta columna podría ser la vergüenza, quiero hablar de todas esas cosas que de niños creemos que son ciertas y que con el tiempo, y de golpe y porrazo muchas veces, descubrimos que estábamos profundamente equivocados. Lo que me gusta de estos errores arrastrados, de estas certezas equivocadas y escondidas es que cada vez que aparecen, volvemos a sentirnos como niños, sin importar lo adulto o importante que seamos.
Algunas son conclusiones que uno mismo dedujo de chico, otras en cambio son inducidas, como la de un amigo que cuando tenía diez años, los pesados de sus hermanos mayores le dijeron que la canción “La pera madura” de Jorge Inostroza, la había escrito después de que el amor de su vida muriera en un trágico accidente; una pera le cayó justo en la cabeza de la mujer, el perazo fue fulminante, falleció al instante y para sobrellevar la pena, Inostroza escribió una canción, bien alegre eso sí, como a su amada le hubiera gustado. Desde esa época (y estoy seguro que hasta el día de hoy) mi amigo siempre se emocionó(a) con el dichoso tema. El engaño lo llevó incubado hasta que en una tarde de cervezas y mientras sus compañeros de universidad discutían sobre cuál era la canción más triste, (la pelea estaba entre “Era en abril” de Juan Carlos Baglietto y “Con una pala y un sombrero” de Gervasio), mi amigo propuso la de Jorge Inostroza, al principio todos pensaban que estaba tonteando, pero mi amigo insistió indignado, cómo no conocían una historia tan estremecedora. Obviamente después de contarla, las burlas fueron más fulminantes que cualquier perazo. Lo más triste es que luego del incidente, mi amigo fue a encarar a sus hermanos sin que ninguno de ellos recordara la mentira. Un director de comerciales, también amigo, constantemente usaba el término “distencio”. Más de una vez se lo escuché decir en pruebas de vestuario, “esa chaqueta le queda con gran distancio”, o “cámbienle el vestido a la modelo por algo con más distencio”, para mi era una palabra más, media siútica quizás, pero como miles de vocablos que uno no conoce, hasta que en medio de una filmación, entre escena y escena, el director, el asistente de cámara y el productor, comenzaron a recordar programas de televisión añejos, el productor mencionó el clásico “Almorzando en el Trece”, acto seguido el asistente de cámara recordó el que daban justo después “ La moda al día con Beatriz Vicencio” y aunque mi amigo no dijo nada, se dio cuenta de su histórica equivocación. La sacó barata, en ese momento nadie supo lo que tiempo después me confesó; hasta ese día, él siempre creyó que el programa se llamaba “La Moda al día con gran distencio”, atribuyéndole el significado de “distencio” a algo así como elegancia. Y como en todas partes se cuecen habas, tampoco estoy libre de cabezas de pescado, cuando tenía diecisiete años, en la casa de una polola, mi suegra me preguntó frente a todo el batallón de cuñados si me gustaban los mariscos, “no mucho” le contesté “sólo como camarones y alcaparras, nada más”. Desde el aperitivo hasta el postre me sirvieron todo tipo de tallas, de todos los calibres, el apodo de “El Alcaparra”, fue lo más suave que recibí. A la semana terminé la relación, mi polola lo entendió. Creo que por el hecho de que siempre había un frasquito de alcaparras en la casa que mis abuelos tenían en la playa, pensaba que eran bichitos de mar (incluso le veía hasta los ojitos). Y esto no para, mi hijo mayor, cuando tenía cuatro años, me preguntó si la esposa del papagayo se llamaba mamagayo, con sólo un sí o una aclaración del tipo “No hijo, se llama mamagallina” pude haber sembrado una equivocación o mejor dicho, una de estas verdades verdes, porque no son mentiras, son tonteras que creemos ciertas y que nos acompañan hasta que “maduramos” y descubrimos lo ridículo que eran. He investigado y estas verdades verdes no tienen un significante, un término, propongo llamarlas inocertezas o equivocablos por ejemplo, porque creo se merecen un nombre o al menos, una columna.
“…ya viene la fuerza, la voz del OSO ochenta”, cantó durante mucho tiempo una diseñadora amiga, que desde niña, pensaba que eso decía la canción de Los Prisioneros, hasta que en la mitad de su adolescencia y de una insufrible fogata veraniega, para coquetear con el guitarrista, le pidió que cantara algo más animado “tócate la canción del oso ochenta” le dijo, “no la conozco” respondió el proyecto de trovador, “si es súper famosa” y tuvo la mala idea de cantar el estribillo. Todos se murieron de la risa, ella de vergüenza, hubiera preferido que se la tragara la arena. Aunque el tema de esta columna podría ser la vergüenza, quiero hablar de todas esas cosas que de niños creemos que son ciertas y que con el tiempo, y de golpe y porrazo muchas veces, descubrimos que estábamos profundamente equivocados. Lo que me gusta de estos errores arrastrados, de estas certezas equivocadas y escondidas es que cada vez que aparecen, volvemos a sentirnos como niños, sin importar lo adulto o importante que seamos.
Algunas son conclusiones que uno mismo dedujo de chico, otras en cambio son inducidas, como la de un amigo que cuando tenía diez años, los pesados de sus hermanos mayores le dijeron que la canción “La pera madura” de Jorge Inostroza, la había escrito después de que el amor de su vida muriera en un trágico accidente; una pera le cayó justo en la cabeza de la mujer, el perazo fue fulminante, falleció al instante y para sobrellevar la pena, Inostroza escribió una canción, bien alegre eso sí, como a su amada le hubiera gustado. Desde esa época (y estoy seguro que hasta el día de hoy) mi amigo siempre se emocionó(a) con el dichoso tema. El engaño lo llevó incubado hasta que en una tarde de cervezas y mientras sus compañeros de universidad discutían sobre cuál era la canción más triste, (la pelea estaba entre “Era en abril” de Juan Carlos Baglietto y “Con una pala y un sombrero” de Gervasio), mi amigo propuso la de Jorge Inostroza, al principio todos pensaban que estaba tonteando, pero mi amigo insistió indignado, cómo no conocían una historia tan estremecedora. Obviamente después de contarla, las burlas fueron más fulminantes que cualquier perazo. Lo más triste es que luego del incidente, mi amigo fue a encarar a sus hermanos sin que ninguno de ellos recordara la mentira. Un director de comerciales, también amigo, constantemente usaba el término “distencio”. Más de una vez se lo escuché decir en pruebas de vestuario, “esa chaqueta le queda con gran distancio”, o “cámbienle el vestido a la modelo por algo con más distencio”, para mi era una palabra más, media siútica quizás, pero como miles de vocablos que uno no conoce, hasta que en medio de una filmación, entre escena y escena, el director, el asistente de cámara y el productor, comenzaron a recordar programas de televisión añejos, el productor mencionó el clásico “Almorzando en el Trece”, acto seguido el asistente de cámara recordó el que daban justo después “ La moda al día con Beatriz Vicencio” y aunque mi amigo no dijo nada, se dio cuenta de su histórica equivocación. La sacó barata, en ese momento nadie supo lo que tiempo después me confesó; hasta ese día, él siempre creyó que el programa se llamaba “La Moda al día con gran distencio”, atribuyéndole el significado de “distencio” a algo así como elegancia. Y como en todas partes se cuecen habas, tampoco estoy libre de cabezas de pescado, cuando tenía diecisiete años, en la casa de una polola, mi suegra me preguntó frente a todo el batallón de cuñados si me gustaban los mariscos, “no mucho” le contesté “sólo como camarones y alcaparras, nada más”. Desde el aperitivo hasta el postre me sirvieron todo tipo de tallas, de todos los calibres, el apodo de “El Alcaparra”, fue lo más suave que recibí. A la semana terminé la relación, mi polola lo entendió. Creo que por el hecho de que siempre había un frasquito de alcaparras en la casa que mis abuelos tenían en la playa, pensaba que eran bichitos de mar (incluso le veía hasta los ojitos). Y esto no para, mi hijo mayor, cuando tenía cuatro años, me preguntó si la esposa del papagayo se llamaba mamagayo, con sólo un sí o una aclaración del tipo “No hijo, se llama mamagallina” pude haber sembrado una equivocación o mejor dicho, una de estas verdades verdes, porque no son mentiras, son tonteras que creemos ciertas y que nos acompañan hasta que “maduramos” y descubrimos lo ridículo que eran. He investigado y estas verdades verdes no tienen un significante, un término, propongo llamarlas inocertezas o equivocablos por ejemplo, porque creo se merecen un nombre o al menos, una columna.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
martes, 15 de septiembre de 2009
La venganza del troll
Al parecer hubo un error de edición y al publicar la columna se comieron un párrafo importante, sobretodo, para los más antiguos de Cabeza, ya que sin duda alguna, recordarán un episodio clásico en la historia de la Agencia. A continuación publico la columna en su totalidad, en negrita está el párrafo omitido.
La venganza del troll.
Hace algún tiempo trabajé con un troll. No, no es que haya estado experimentando con hongos fosforescentes o aspirando pintura serigráfica, si no que el año pasado estuvo en la agencia un redactor, que en sus ratos libres las hacía de troll. Esos desagradables internautas que por el simple placer de hacer daño, se dedican a boicotear foros, chats y blogs, provocando polémicas sin sentido, insultando, desacreditando, injuriando o llenando de spammers para finalmente asesinar, cualquier tipo de comunicación o debate. Pueden usar distintas pieles y parecer racistas, clasistas, totalitaristas, fascistas, comunistas, anarquistas o extremistas, dependiendo de lo que afecte más a la comunidad que quieren atacar. Generalmente sacan de quicio a más de un forista. Tengo amigos que no han podido dormir de impotencia después de ser víctimas de un troll, muchos terminan con una especie de “forodependencia”, visitando cada veinte minutos el computador para ver cómo sigue la “discusión”. Por lo mismo, se recomienda no alimentar a los trolls, para eso sólo hay que obviar sus polémicas, la indiferencia es el mejor antídoto. Aunque en esa época no sabíamos de su afición, el troll que trabajó con nosotros era buen creativo, inteligente, rápido y con un humor bastante cáustico. Pero también muy antisocial y al igual que sus pares de la mitología escandinava, extremadamente vago. Un día no volvió más a la agencia, fue una semana después de que su pareja lo dejó, sucedió entonces que el troll se puso trolo y despechado, subió a la web millones de pixeles con todas las fotos sin ropa que tenía de su ex polola. Una venganza muy baja, ruin y despreciable, incluso para un troll. Al igual que Goethe, pienso que “la venganza más cruel es el desprecio de toda venganza posible”, aunque para muchas culturas, tomar el camino de la venganza es la única forma de recuperar el honor. Sin ir más lejos nuestro sistema legal occidental, en muchos casos, no hace otra cosa que vengarse, a nombre de la sociedad, de quien comete un acto criminal. Pero también hay venganzas personales que son sutiles, deliciosas. Un amigo que hace tiempo ya no veo, siempre contaba una historia que, según él, le había pasado a su prima (aunque después la misma anécdota se la escuché a otra persona, así que probablemente tampoco sea de él). La mujer, a quien no conocí, estaba casada con un hombre que siempre salía con un chiste desubicado y machista. Un día ella tuvo que viajar por trabajo a Buenos Aires. Su marido la fue a dejar al aeropuerto y cuando ella estaba entrando a policía internacional y frente a todos los clientes y compañeros de oficina, el marido le grita “mi amor, tráeme una argentinita por favor” Sólo él se rió. La mujer se embarcó enojada, humillada, masticando la rabia. Volvió a Santiago un domingo en la mañana, nadie la fue a buscar. Aprovechando su “soltería”, el marido había organizado un asado con todos sus amigotes. La mujer llegó a su casa cuando recién estaban en los choripanes. El bruto sin siquiera saludarla le pregunta “¿y, me trajiste mi argentinita?” Ella, con la respuesta rumiada por varios días, le contesta “Te juro que hice todo lo posible” y poniendo las dos manos sobre su guatita lo remata diciendo “ojalá que nazca niñita poh”. Todos se rieron menos uno. Recuerdo también un compañero de básica que aburrido de que le hicieran tanta “burlin” (en ese tiempo no existía el bulling) y cansado de que los bravucones del curso le robaran sus sándwiches en el recreo, preparó uno especial con las cosas más asquerosas que un niño de trece años puede encontrar en su casa (hasta pelos y uñas bien picaditas llevaba el tentempié), también se preocupó de ponerle harta mayonesa para que la venganza llegara hasta los estómagos de sus víctimas. Obviamente de nuevo le robaron el sándwich, pero esta vez, los matones también se llevaron una intoxicación que los obligó a pasar todo el día sentados en el baño.
Desde el siglo XVIII dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, pero no fue el caso de un director de arte (que también se dedica a hacer dibujitos para una columna) que durante una comida de aniversario de la empresa, en un restaurante peruano, y avivado por el sour catedral y las risotadas de los comensales, se dedicó molestar al mozo, también peruano, con las típicas tallas chauvinistas; que el pisco, que el cebiche, que las papas y que hasta el suspiro limeño es chileno. Finalmente los tallarines que pidió llegaron cuando los demás ya estábamos en el postre, pero el plato no se lo sirvieron frío, si no que tibio y con mucho más jugo de lo normal. Lo más probable es con una muestra de ese caldo, hubiéramos podido saber si el cocinero y los mozos tenían o no diabetes.
“Ojo por ojo y el mundo terminará ciego” dijo Gandhi y eso fue lo que casi le pasó al redactor troll después de que su ex, herida por la humillación de las fotos, publicó en todos los foros donde el ex pololo se dedicaba a insultar, el nombre real y la dirección en la cual poder ubicarlo. Siembra odio y cosecharas una paliza, aunque finalmente fueron tres las pateaduras que le dieron en menos de un día. El “redactroll” terminó en la clínica, con desprendimiento de retina, dos dientes menos y una costilla rota. Ya lo dijo Nietzsche “En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre” sobretodo, cuando el hombre a vengar, ha sido tan re poco hombre.
martes, 1 de septiembre de 2009
lunes, 17 de agosto de 2009
lunes, 10 de agosto de 2009
jueves, 23 de julio de 2009
miércoles, 8 de julio de 2009
domingo, 21 de junio de 2009
sábado, 20 de junio de 2009
Columnanogénesis
lunes, 1 de junio de 2009
Faúndez Qué Pasa?
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